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lunes, 23 de mayo de 2016

Tomás Abraham, Alejandro Rozitchner, Friedrich Nietzsche y el entusiasmo

Felicidad + Inversión + “Intratables”


Cuando subí el post anterior sobre la malversación de la jovialidad nietzscheana por parte de la filosofía postmoderna y política neo-conservadora y su degradación terminal en los talleres de entusiasmo de Alejandro Rozitchner no esperaba encontrar una prueba a favor de mi tesis nada menos que de Tomás Abraham. Abraham es algo así como el promotor en Argentina de la lectura reaccionaria de Nietzsche y Foucault, y esa posición conservadora se ha ido acentuando con el correr de los años, a medida que su senilidad lo fue alejando de su auto-proclamada condición de enfant terrible (no hay entrevista en la que no recuerde que él sí estuvo en Mayo Francés, como si fuera demasiado conciente de que si no lo remarca nadie jamás se daría cuenta) hasta devenir en el viejo burgués reaccionario, el empresario textil que reivindica sus privilegios de clase que hoy es. Cómo se llega a ser lo que se es.

Así que nadie mejor que Abraham para legitimar la doctrina PRO de los talleres de entusiasmo y su genealogía nietzscheana foucaultiana. En Perfil de ayer, Abraham escribió:

Jueves

Alejandro Rozitchner es un intelectual con mucho coraje. Pocos saben de su fuerza polémica. A pesar del encono de algunos círculos y del escándalo de quienes veían con rubor esa “desgracia” familiar como lo dijo más de uno, tenía una relación entrañable con su padre, el filósofo marxista León Rozitchner. Posee un buen conocimiento de los puntos débiles de ciertos revolucionarios. Replica con inteligencia a su sectarismo, mala fe, conoce su frivolidad y su resentimiento. Soportó ser un marginal además de la difamación del mundo progre.

Sin embargo, su filosofía del entusiasmo es un error. No es lo mismo la política que la dinámica de grupos, ni la literatura del liderazgo que la conducción política. 

Jueves a la noche
Felicidad y entusiasmo son lemas evangélicos. Están pensados para gente con culpa de ser ricos. Por eso funciona en una agrupación política que piensa a la política como una devolución de favores dados por la providencia.

Corresponde a una mentalidad de patriciado. Lo que no excluye inteligencia, entrega, honestidad e ideales colectivos. La ayuda espiritual de un experto en felicidad y otro de entusiasmo, les permiten moderar las exigencias superyoicas de quienes reclaman justicia en nombre de los más pobres.

Hay tres modelos para la interpretación del campo político: el de la guerra; el del contrato, y el de la fiesta. Para el último falta bastante.

Viernes
El pensamiento de Alejandro Rozitchner sobre el entusiasmo es anterior a sus nuevos receptores políticos. En sus cursos en la universidad, elaboraba conceptos sobre el tema de la subjetividad. Un interés que compartía con su padre, pero desde un punto de vista diametralmente opuesto. León Rozitchner partía de la deuda, de la culpa, de la muerte y del terror. Alejandro lo hace desde una perspectiva afirmativa en la que prima la voluntad de vivir y de hacer.

Su “gay saber”, o saber jovial, se inspira en un Nietzsche prometeico, en los escritos de Bataille sobre el erotismo, y en el tono de un Gilles Deleuze cuando escribe sobre las máquinas deseantes. Además del rock como forma de vida.

Luego, su curiosidad lo llevó a la literatura de autoestima y ayuda mutua, como también a la literatura oriental. Pero jamás se le ocurrió disfrazarse de gurú. Es un intelectual crítico del pensamiento vengativo.

La retórica macartista de Abraham -usa "mundo progre" como un estigma y alude a la política de la lucha de clases como "pensamiento vengativo y el "resetimiento de ciertos revolucionarios", cada vez más cerca de Vicente Massot- me exime de mayores caracterizaciones. Supuraciones clasistas de esta índole segrega en cada intervención mediática. Lo valioso de estos párrafos reside en que Abraham conoce el paño en que se mueve "el intelectual de mucho coraje" que dicta talleres de entusiasmo en la Fundación Pensar. Describe de manera diáfana el destinatario de la doctrina gaya: la gente con culpa de ser ricos (Abraham no tiene culpa o dice continuamente que no la tiene, lo cual podría indicar otra cosa). El modelo al que adscribe a Rozitchner para aminorar la culpa burguesa es el de "la fiesta", lo que en este contexto refiere ambiguamente a la suelta de globos amarillos o a la jovialidad nietzscheana. Abraham está seguro de la genealogía del entusiasmo macrista: "Su “gay saber”, o saber jovial, se inspira en un Nietzsche prometeico, en los escritos de Bataille sobre el erotismo, y en el tono de un Gilles Deleuze cuando escribe sobre las máquinas deseantes. Además del rock como forma de vida". De ahí, describe un deslizamiento vital delicioso: la literatura de autoestima y la literatura oriental (¿cuáles serán las fuentes orientales que según Abraham convergen con el gay saber y el deleuzianismo?).

El párrafo que condensa la conversión paterno filial de los Rozitchner es claramente el más explícito: "León Rozitchner partía de la deuda, de la culpa, de la muerte y del terror. Alejandro lo hace desde una perspectiva afirmativa en la que prima la voluntad de vivir y de hacer". La perspectiva afirmativa en que prima la voluntad de vivir y hacer es precisamente la jibarización del gay saber nietzscheano operado por el postmodernismo francés de los 70. Por supuesto: ellos no quieren saber nada sobre que ese gay saber es un temple reactivo ante la vivencia de catástrofe que el advenimiento del nihilismo provoca en Nietzsche. La cosa de los Abraham y Rozitcher como macristas nietzcheanos es el nihilismo que se oculta detrás de la "pura afirmación".

Las derivaciones políticas de las ideas filosóficas ocurren siempre por pequeños deslizamientos: no es Newton el responsable del reduccionismo de Comte ni Marx el precursor de los Gulags soviéticos, así como no fue Nietzsche el filósofo que sentó las bases del nazismo en la primera mitad del siglo xx. No son tampoco Nietzsche, Vattimo, Foucault y Deleuze los pilares filosóficos del macrismo argentino, a pesar de que la tesis de la muerte de la verdad y la "pura afirmación de la vida" están en completa sintonía con la restauración neoconservadora en curso. El tema de la filosofía, entonces, no es buscar la culpabilidad de los grandes pensadores en los deslizamientos interpretativos posteriores. Pero sí es problema de la filosofía estos mismos deslizamientos, el empobrecimiento de los conceptos operados por los intérpretes, el ocultamiento de las tensiones irresueltas que dan origen a los conceptos filosóficos y su degradación a doctrina.

Nietzsche, como cualquier gran pensador, es el nombre de un problema: el de la renuncia a la verdad. Una manera de honrarlo es someterlo a una incesante discusión.

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