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jueves, 5 de febrero de 2015

Pensar, comunicar, politizar

Antojo: otra historia de la filosofía. Primera parte acá. Segunda parte acá.


Éste es, mi querido Fedro, el inconveniente, así de la escritura como de la pintura; las producciones de este último arte parecen vivas, pero interrógalas, y verás que guardan un grave silencio. Lo mismo sucede con los discursos escritos: al oírlos o leerlos crees que piensan, pero pídeles alguna explicación sobre el objeto que contienen, y te responden siempre la misma cosa. Lo que una vez está escrito rueda de mano en mano, pasando de los que entienden la materia a aquellos para quienes no ha sido escrita la obra, sin saber, por consiguiente, ni con quién debe hablar, ni con quién debe callarse. Si un escrito se ve insultado o despreciado injustamente, tiene siempre necesidad del socorro de su padre, porque por sí mismo es incapaz de rechazar los ataques y de defenderse.
Platón, Fedro

Es posible contar otra historia de la filosofía, una que ponga en cuestión las relaciones entre pensar, comunicar y politizar. Parece, al menos desde la idea más habitual, que solo el pensar concierne a la filosofía; mientras que la comunicación y la política serían prácticas o técnicas a las que el pensamiento puede vincularse de un modo accesorio, así como podría no hacerlo. Se piensa y luego se habla o se actúa. Hacer política incluso pareciera un hacer entre otros, del que podemos prescindir: "yo no hago política".

"Yo pienso que Nisman fue asesinado". "Yo pienso que se suicidó". Nos encontramos diciendo cosas así en cualquier momento, sin que sepamos bien qué pensamos, por qué lo pensamos o incluso quién lo piensa. Continuamente nos movemos en la bruma de los dichos que nos tientan al engaño, el prejuicio y las habladurías. ¿Quién se va a privar de decir qué piensa, aun cuando no se haya detenido a pensar lo que dice? ¿Quién va a asumir que cuando dice algo así, por el solo hecho de decirlo, está implicado en una red de relaciones de poder, es decir: políticas?

Sin embargo, en el comienzo de la filosofía estas tres cuestiones no estaban separadas. Sócrates fue condenado a muerte por Atenas, su ciudad, a causa de su modo de hablar. Para él, hablarle a sus conciudadanos era la misión de su vida y hacer silencio no le habría parecido admisible. La condena a muerte fue, por parte de la polis, la manera de acallarlo. A él, que hasta había decidido no escribir jamás una sola frase. Había un poder en su palabra que prevaleció a pesar de la condena, a pesar de su rechazo al destierro, de su negativa a la posibilidad de huir hacia otra parte, como le proponían sus amigos. El no quería escribir, ni huir ni tampoco morir. Pero tenía que hablar. Hasta para decir que la condena a que Atenas lo sometía era injusta.

Sócrates no había elegido ese destino, pero lo acató. Si hay que morir así, por este motivo, moriré.

Platón fue antes que nada el testigo angustiado de esta tragedia. Atenas no era capaz de soportar la palabra de Sócrates, el mejor de ellos. ¿Cómo vivir en una ciudad que no soporta la palabra del más veraz, el más honesto, el más valiente? O, a la inversa, ¿cómo sería una ciudad en la que Sócrates, en lugar de ser condenado a muerte, fuera reconocido como el portador de una palabra rectora?

¿Cómo separar la verdad, cómo desencubrirla y ponerla a salvo de las burlas de Aristófanes y del tribunal que vio en Sócrates a un corruptor y un peligro público? Un asunto tan peliagudo empujó a Platón a inventar la metafísica, tarea desesperada e incesante. La metafísica, el mundo de las ideas, no como una contemplación abstraída de la realidad, no como una contemplación absorta del cosmos asombroso, sino como una respuesta urgente al desarreglo político, como la fundación de una fortaleza. La metafísica como un ámbito desde el cual sea posible impugnar un determinado estado de cosas o, más precisamente, una correlación de fuerzas eminentemente política.

Es decir: pensar, comunicar y politizar, en el sentido griego y occidental de estas palabras, fueron asuntos inescindibles. Y, por sobre todo, es preciso recordar que esta necesidad fue acuciante para Sócrates y para Platón en la medida en que fueron capaces de reconocer que su vida en la polos estaba continuamente asediada por la bruma del engaño, el fraude y el error. Toda política se mueve en la posibilidad del engaño como en su elemento más habitual. Una invención tan extrema como la metafísica solo se entiende como respuesta al reconocimiento de una crisis profunda.

Esto es así todavía para nosotros.

Este vínculo entre pensar, comunicar y politizar es el tema de esta serie de Antojos filosóficos.

Primera parte del programa: se escucha clickeando acá
Segunda parte: se escucha acá.

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