todos estamos igual

jueves, 5 de julio de 2012

Campeones


Los hermanos Dardenne son campeones mundiales de cinematografía. Conjugan habilidad, inteligencia, emoción, jogo bonito y goles. Tienen la delantera más goleadora (históricos triunfos artísticos en La promesa, Rosetta, El Niño, y su apoteótica obra maestra, El hijo) y la valla menos vencida (una sola derrota: El silencio de Lorna). Cuando se estrena una película de ellos, es probable que se trate del acontecimiento cinematográfico más relevante del año. Este es el caso: hoy se estrena El chico de la bicicleta. ¿Cómo no recomendarla? Pero hay un problema: por las miserias del show bussiness. la distribuidora Distribution Company la trae a la Argentina en copias en DVD, en salas técnicamente indignas de su genialidad, malditos sean.

A propósito de la película, exhibida anteriormente en Buenos Aires en una semana de preestrenos europeos, ya habíamos publicado en este blog dos textos:


El chico de la bicicleta

por Liliana Piñeiro

¿Cuántas veces se repite el abandono en una vida? Mendigos del otro, ¿cuántas veces quedamos anclados en el oscuro mar de sus ojos, sin ningún reflejo posible que confirme nuestra presencia? ¿Y cuántas otras nos quedamos del otro lado de la puerta, ésa que él cerró con un golpe seco y brutal?

En la película de los cineastas belgas hay un padre para el chico de la bicicleta, pero es la historia de su dilución en tanto tal. Como siempre, razones no faltan: desempleo y miseria se dan la mano y acentúan su componente trágico. Expulsado del único vínculo que podía sostenerlo, la furia gana a Cyril, y sólo parecen calmarlo las proezas gimnásticas que realiza sobre dos ruedas, así como la velocidad que desarrolla su cuerpo desesperado hacia ninguna parte.

Pero Cyril es obcecado e insiste en evitar la caída, aunque más no sea arañando al mundo algún lugar valorizado. Y como el que busca encuentra, aparecen pliegues del erotismo en su vida plana: hay un deseo del niño de ser mirado como condición de existencia y hay otros que lo miran, aunque por diferentes razones. ¿Cuál elegir? Entre las opciones anida la equivocación... (Leer completo acá)


La película del año y los que la hicieron

(Texto publicado el año pasado, cuando los Dardenne visitaron Buenos Aires para presentar El chico de la bicicleta en una semana de preestrenos en el Gaumont)

por Oscar Cuervo

Los hermanos Dardenne son tipos simpáticos, se los ve bromear a menudo; dicen que toman cierta distancia del dramatismo de sus personajes de ficción, que se ríen un poco cuando piensan en sus películas. Pero es evidente que se toman en serio su trabajo de cineastas, tienen algunas normas muy rigurosas que saben explicar con sencillez. Lo que no resulta probable es que en esas normas esté todo el misterio de su arte. Sus películas son demasiado buenas, demasiado intensas, lo mejor que se filma en el mundo actual y sobre el mundo actual. Entonces debe haber un secreto bien guardado, quizá tan bien que ni siquiera ellos sepan de qué se trata. (...).

La película es, como quedó dicho, extraordinaria. Que los Dardenne hagan películas extraordinarias ya no resulta extraordinario (salvo El silencio de Lorna, que tiene 40 minutos iniciales extraordinarios y después no puede sostenerse). Lo lindo de ayer es que Buenos Aires les dio un cariñosísimo recibimiento a estos masters. La cola para asistir a la charla previa era kilométrica y dos de cada tres personas que se arrimaron a Congreso quedaron afuera. A los Dardenne, pasión de multitudes, se los veía divertidos con el interés desbordante que provocan acá, los forcejeos para entrar a escucharlos, como si fueran grandes rockstars. En cierta forma lo son. En su cine austero, muy apegado a cierta observancia severa, hay algo del rock and roll que el rock and roll ya perdió.

Los secretos que revelan en su charla: ensayan mucho con los actores, sin la presencia del equipo técnico. Construyen las líneas principales de sus films a partir de ciertas acciones físicas de los personajes: es más importante verlos moviéndose que hablar de la psicología, descubrir gestos y posturas de los actores que después le van a dar vida a los personajes. No hablan de psicología con los actores, hay que evitar que representen (cuando tienen que nombrar cineastas influyentes, nombran, previsblemente, a Bresson y Rosellini; no tan previsiblemente a Kieslowski y "el cine japonés"). Uno de los dos, no sé si Luc o Jean Pierre, dice que son cineastas rumiantes: parten de una idea, empiezan a trabajar con los actores, filman ellos mismos los ensayos, rumian, descubren cómo va a ser la película filmando. La clave más importante la aprendieron después de hacer una primera película de ficción que juzgaron totalmente fallida (no se vio por acá); ahí se dieron cuenta, porque un actor se los marcó, que no tienen que volverse burocrátas del guión durante la filmación, que tienen que estar atentos a lo que está pasando en ese presente estricto, que tienen que alejar de los actores toda pretensión de pensar en una cierta idea de los personajes, de su pasado, o de los conflictos que viven, que tienen que estar ahí. Estar ahí es un concepto que repiten varias veces: ellos mismos se proponen dejar a sus actores estar ahí, mientras los filman, no importa que sean grandes estrellas como Cécile De France o niños sin experiencia cinematográfica como Thomas Doret, el problema es siempre lograr que estén ahí. Los técnicos lo mismo. El cámara y su ayudante se incorporan cuando el trabajo físico con los actores está bastante definido y no pueden, bajo ninguna circunstancia, interferir con indicaciones técnicas sobre lo que tienen que filmar: tienen que estar ahí. Filman cámara en mano y eso representa una evidente dificultad, un estado de estrés que los Dardenne hacen valer en favor del dramatismo de sus películas. (Leer completo acá)

1 comentario:

Emilia S dijo...

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Emilia