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viernes, 17 de junio de 2011

La caída de la Casa Usher


Durante los años 20 el cineasta Jean Epstein desarrolló una obra de una libertad tal que nos permite divisar lo que el cine habría podido ser durante todos estos años, de no haberse impuesto un modelo narrativo industrial. Cine de una potencia rítmica, librado del yugo narrativo y entregado a la fascinación del ensueño. Imágenes de una movilidad aérea, en las que las velocidad y la lentitud, las sombras y la luz conquistan una soberanía que ya no necesita encadenarse a líneas argumentales. Gracia pura de la fotogenia, espacio ingrávido de la alucinación, asombro del punto de vista inaudito, magia del dissolve y del rallenti, nunca ya teatro filmado, nunca ya representación, el cine como travesía que despierta a la percepción del sueño pesado del realismo y la sumerge por primera vez en la verdad onírica. Todo cineasta que quiera explorar los territorios incógnitos de la mirada, desde David Lynch hasta Apichatpong pasando por Alexander Sokurov, tiene en el cine de Epstein a su precursor ineludible.

"La cámara lenta y la cámara rápida revelan un mundo donde los reinos de la naturaleza no conocen fronteras. Todo está vivo. Los cristales se expanden uno sobre otro, fundiéndose suavemente como por una especie de simpatía. Las simetrías instituyen su propia tradición. ¿Son realmente tan diferentes las flores de las células de los tejidos más nobles? Y la planta cuyo su tallo se dobla, cuyas hojas se vuelven hacia la luz, la que abre y cierra su corola, la que inclina su estambre al pistilo en un movimiento rápido, ¿no es precisamente de la misma cualidad vital que la del caballo y el jinete que, en cámara lenta, se elevan por encima del obstáculo, apretados uno junto al otro?" (Jean Epstein)

Jean Epstein, La caída de la Casa Usher (1929), que toma de Edgard A. Poe el oscuro romanticismo que impregna sus imágenes. Luis Buñuel fue co-guionista y asistente de Epstein en esta película.


Así empieza el cuento de Edgard Allan Poe:

"Durante todo un día de otoño, triste, oscuro, silencioso, cuando las nubes se cernían bajas y pesadas en el cielo, crucé solo, a caballo, una región singularmente lúgubre del país; y, al fin, al acercarse las sombras de la noche, me encontré a la vista de la melancólica Casa Usher. No sé cómo fue, pero a la primera mirada que eché al edificio invadió mi espíritu un sentimiento de insoportable tristeza. Digo insoportable porque no lo atemperaba ninguno de esos sentimientos semiagradables, por ser poéticos, con los cuales recibe el espíritu aun las más austeras imágenes naturales de lo desolado o lo terrible. Miré el escenario que tenía delante -la casa y el sencillo paisaje del dominio, las paredes desnudas, las ventanas como ojos vacíos, los ralos y siniestros juncos, y los escasos troncos de árboles agostados- con una fuerte depresión de ánimo únicamente comparable, como sensación terrena, al despertar del fumador de opio, la amarga caída en la existencia cotidiana, el horrible descorrerse del velo. Era una frialdad, un abatimiento, un malestar del corazón, una irremediable tristeza mental que ningún acicate de la imaginación podía desviar hacia forma alguna de lo sublime. ¿Qué era -me detuve a pensar-, qué era lo que así me desalentaba en la contemplación de la Casa Usher?" (...)


7 comentarios:

Martha dijo...

En torno a Delluc se agrupó una serie de artistas que los histoiadores catalogan hoy con el nombre de Escuela impresionista, para distinguirlos del contemporáneo expresionismo alemán, del que los separaba su simplicidad estilística y el refinamiento de sus temas. Delluc capitaneó a este heterogéneo grupo formado por Germaine Dulac, Marcel L'hERBIER, Abel Gance y Jean Epstein, Eran, para emplear un lenguaje actual, la nueva ola de los años veinte. Roman Gubern

Martha dijo...

En HISTORIA DEL CINE, Gubern dirá refiriéndose a La chute de la maison Usher, que para trasponer el desquiciado mundo de Edgar A. Poe a la pantalla, se valió del ralentí, que crea un clima irreal y fantasmagórico a lo largo de toda la obra. Se trata de un expresionismo depurado, no meramente escenográfico al estilo alemán, sino en todos los elementos dinámicos- movimientos de cámara, como el viento figurado por travellings recorriendo los pasillos, y el tempo irreal de la acción- han sido distorsionaos expresivamente.
Manda ésto Martha

julieta eme dijo...

la película dura 63 min. habrá alguna yapa?

Lilián dijo...

No me pienso perder esta joyita, no conozco al cineasta pero Poe es un genio, en el sentido romántico del término: alguien cuyas visiones dieron origen a una obra que cambió para siempre las reglas del relato. Influyó en los artistas más importantes no sólo de su tiempo, si no de los que vinieron mucho después. Baudelaire lo admiraba profundamente y llevó sus traducciones a Europa.

julieta eme dijo...

recién terminé de leer el cuento de poe, porque la verdad es que no recordaba nada...

julieta eme dijo...

una pregunta, y sólo me baso en el libro porque la película no la vi: qué tiene que ver el cuento y/o la película con el amor?? :O

julieta eme dijo...

éste es el final de El retrato oval:

"Era una joven de peregrina belleza, tan graciosa como amable, que en mal hora amó al pintor y se desposó con él. Él tenía un carácter apasionado, estudioso y austero, y había puesto en el arte sus amores; ella, joven, de rarísima belleza, toda luz y sonrisas, con la alegría de un cervatillo, amándolo todo, no odiando más que el arte, que era su rival, no temiendo más que la paleta, los pinceles y demás instrumentos importunos que le arrebataban el amor de su adorado. Terrible impresión causó a la dama oír al pintor hablar del deseo de retratarla. Mas era humilde y sumisa, y sentóse pacientemente, durante largas semanas, en la sombría y alta habitación de la torre, donde la luz se filtraba sobre el pálido lienzo solamente por el cielo raso. El artista cifraba su gloria en su obra, que avanzaba de hora en hora, de día en día. Y era un hombre vehemente, extraño, pensativo y que se perdía en mil ensueños; tanto que no veía que la luz que penetraba tan lúgubremente en esta torre aislada secaba la salud y los encantos de su mujer, que se consumía para todos excepto para él. Ella, no obstante, sonreía más y más, porque veía que el pintor, que disfrutaba de gran fama, experimentaba un vivo y ardiente placer en su tarea, y trabajaba noche y día para trasladar al lienzo la imagen de la que tanto amaba, la cual de día en día tornábase más débil y desanimada. Y, en verdad, los que contemplaban el retrato, comentaban en voz baja su semejanza maravillosa, prueba palpable del genio del pintor, y del profundo amor que su modelo le inspiraba. Pero, al fin, cuando el trabajo tocaba a su término, no se permitió a nadie entrar en la torre; porque el pintor había llegado a enloquecer por el ardor con que tomaba su trabajo, y levantaba los ojos rara vez del lienzo, ni aun para mirar el rostro de su esposa. Y no podía ver que los colores que extendía sobre el lienzo borrábanse de las mejillas de la que tenía sentada a su lado. Y cuando muchas semanas hubieron transcurrido, y no restaba por hacer más que una cosa muy pequeña, sólo dar un toque sobre la boca y otro sobre los ojos, el alma de la dama palpitó aún, como la llama de una lámpara que está próxima a extinguirse. Y entonces el pintor dio los toques, y durante un instante quedó en éxtasis ante el trabajo que había ejecutado. Pero un minuto después, estremeciéndose, palideció intensamente herido por el terror, y gritó con voz terrible: "¡En verdad, esta es la vida misma!" Se volvió bruscamente para mirar a su bien amada: ¡Estaba muerta!"