todos estamos igual

viernes, 1 de octubre de 2010

Con el número dos nace la pena

(sobre la obra Unos Dos de Carolina Tejeda y José Mehrez)


por Alejandro Ricagno

“Con el número dos nace la pena”, decía Leopoldo Marechal en su famoso poema “Del amor navegante”.UnosDos, la pieza escrita, interpretada y dirigida por Carolina Tejeda y José Mehrez, pareciera partir de una variación de ese poema: algo así como “cuando el dos es otra vez uno y uno, es que la pena ya se instaló”. Durante una hora asistimos a la historia de “unos dos” cualesquiera que en el presente de la pieza son ya Uno y Otra, separados, apenas unidos por el recuerdo de altri tempi, no necesariamente radiantes, y vinculados desde la puesta por un espacio “irrealmente en común” que es en realidad dos espacios separados, tanto por lo geográfico como por lo cronológico.

En ese “tan lejos, tan cerca” de una expareja treintañera transcurre la obra, adecuadamente escenografiada como un solo espacio; un corredor dispuesto como en espejo, de dos piezas distantes en sendos lugares del Gran Buenos Aires. Esa adecuada escenografía, con una cama empotrada de un lado y un sofá cama desvencijado del otro, construye un espacio intermedio, más mental que real, una suerte de tierra de nadie, un entretiempo o pasillo de la memoria compartida en paralelo por un hombre y una mujer. Allí ambas criaturas desarrollaran sus monólogos alternos, que a veces se contradicen o yuxtapone, de cara al publico, a escasos centímetros uno del otro, allí se perderán en evocaciones de un humor tan eficaz como melancólico. Porque Unos Dos participa de una suerte de humor “a lo clown”, pero no desde su apuesta estética o actoral, mas bien sobriamente contenida, sino por ese dejo de humor amargo, esa mueca que resta después de cada chiste, de cada situación, de cada anécdota que refleja el muy reconocible desgaste de una pareja de clase media de treinta y pico en la Argentina de principios del nuevo siglo. Así aparecen escenarios evocados que denotan lo efímero de los sueños: la posibilidad de un terrenito en Lanús, ilusiones apenas modestas, como modestos e inestables aparecen los empleos y las changas: desde las guardas inmobiliarias hasta la tarea de repositor en un supermercado, pasando por las fabricación de muñecos para decoración de tortas. Como si precariedad laboral fuera mutando en precariedad afectiva, al irse minado la posibilidad de un futuro un poco, apenas más venturoso.


Todo esto transcurre bajo la cuerda de un humor certero que deviene más melancólico a medida que la pieza avanza, o deberiamos decir se desplaza en círculos concéntricos, que hacen de la idea de la separación y su cicatriz nunca del todo curada, su centro dramático. Claro que el fuerte de la obra está dado por las actuaciones de Carolina Tejeda -esa exquisita actriz de la multipremiada Harina, de Podolsky- que va regulando su histrionismo hasta hacerlo estallar en el descacharrante y al vez patético monólogo de la venta de un paquete turístico para extranjeros-, y de José Mehrez –un actor muy dúctil, al que también se lo puede ver en un personaje desopilante y en las antítesis de éste en la muy interesante Absentha de Alejandro Acobino y el grupo Ars Higiénica, también el Teatro del Abasto, los sábados y domingos- en esa especie de relectura de la resignación masculina hecha en clave keatoniana: una imperturbabilidad que apenas deja dibujar la tristeza detrás de la máscara, pero con la sutileza necesaria para que la notemos.

No es entonces en un texto literario dramático, ni en una teatralidad sorprendente donde encontramos los brillos de esta pequeña pero contundente obra, sino en sus intersticios: en el peso de un silencio, en el cambio de tono de una evocación, en el lento ballet acompàñado por esa música de reputación dudosa como es la banda de sonido de la famosa película de Leoluch, Un hombre y una mujer, que nunca sonó tan tristemente cursi y exacta como aquí.

En el hallazgo de convertir lo pequeño, banal y desechado, como último refugio de la lente deformante de la ausencia, Unos dos crece en la memoria, como aquellas pequeñas cosas de la canción de Serrat, aunque aquí no se trate de recordar un tiempo de rosas, sino de apenas sobrevivencia y (des) ilusión. Por todo esto, la obra supera la mera “obra escrita por actores para lucimiento de actores” y se erige como una exacta postal del desencanto de la generación de la treintena, de aquellos partidos a la mitad de un sueño.

Para evocar la pieza pongo aquí abajo una versión de aquel famoso tema de reputación dudosa. Si quieren escucharla y ver a dos buenos actores, Unos Dos va todo los lunes a las 21 en el Teatro del Abasto Humahuaca 2549. No recomendable para recién separados, aviso.

1 comentario:

Liliana dijo...

Un hallazgo empezar esta reseña con el certero verso de Marechal...

Alguien decía que hay que seguir siendo poeta escribiendo prosa...especialmente escribiendo prosa.