todos estamos igual

domingo, 21 de diciembre de 2008

Francisco “Paco” Urondo: Amor y revolución

Por Liliana Piñeyro

Nacido en 1930, Francisco “Paco” Urondo fue poeta, novelista, dramaturgo y guionista cinematográfico. Fuertemente comprometido con su militancia política, muere en 1976, enfrentando a la policía de la dictadura militar argentina.

Definiendo su ars poética, Urondo nos dice: “No es del poeta un oficio milagroso o sobrenatural o de loquitos o de elegidos. Es una tarea que cumple la gente”.

En su obra, el yo poético queda a merced de la época, a la intemperie de los afectos. Se escribe sobre el deseo, se libidiniza el proceso de cambio social. Si todo poeta se rebela en el lenguaje, dándole a las palabras un brillo que suelen perder en el uso cotidiano, Urondo extiende esta opción a una actitud revolucionaria, en contra de los valores establecidos por una burguesía que hace de la propiedad privada su bien más preciado, y del matrimonio una institución que la sostiene, dejando de lado la pasión y el amor.

En los siguientes textos se puede apreciar cómo, lejos del individualismo, esta poesía encuentra su carnadura en el mundo, en la historia amorosa y política que atraviesa el que la escribe.
En el poema “Carta abierta”, distintos tonos afectivos arman el balance de una relación en clave de despedida. La hora de definiciones es “una hora sin seducción”.

Carta abierta (fragmento)

Querida mía, esto que debió ser una conversación
serena o quieta, un reencuentro en un bar, como hacen

los amantes ya desavenidos; un lugar cualquiera bajo el sol,
cobijando del relámpago y el viento, un sitio

en el mundo para recibir una carta o conversar de algo
que, sin duda, siempre quise decirte
secretamente, sin testigos y que ahora se convierte
en una pública confesión, sin ninguna
intimidad. Una oda o una elegía, no
lo sé bien; palabras
con significados ciertos
o melancólicos, que representen nuestro destino
y hablen por nosotros y tiemblen antes de desaparecer.

Trepidaremos ligeramente frente a la sola fachada
del recuerdo, junto a los graznidos
inocentes, los graznidos impensados, los lindos
graznidos, los ásperos y filosos de la realidad.

Quería hablar a solas y solamente de nosotros. Admitir,
abrir la bondad; olvidar
por un momento que el orgullo bate
la mayoría de nuestros ademanes, incluidos
los miserables o los insignificantes. Ah mi viejo amor, hablar
de estas cosas es abrir una mano que hasta ese momento
era un puño; la mano se abre y los pájaros cubren
el cielo y el horizonte; una pluma
cae muy cerca nuestro y con alguna tristeza vemos
que algo se aleja, algo que guardábamos
en la mano cerrada, un pájaro que vuela y cubre
el espacio. Ya no hay razones para crisparse. Se quiere quejar
la mano vacía, quiere oír
y solamente la soledad la arrastra y la conmueve.
Quería poner las cosas en su lugar; hay un espacio
para cada cosa, una palabra para cada temblor, una disculpa
desencadenando toda arbitrariedad: el temor
ha proferido; ha dado aliento a la traición, pábulo
a la maravilla: tristeza
y rencor por un sueño, un gesto cálido y perdido.

Querida mía: soy un hombre que te pierde.

Así, esta carta puede ser muy bien una despedida
o una invitación para que abras ese calor que he conocido
a tu lado; esa promesa; ese amago. Es hora de tomar
decisiones; es una hora sin seducción: estamos a punto de
viajar; será
una partida en la que –a lo mejor- uno se despide del otro;
un viaje
en el que nos despediremos de muchas cosas; empezaremos
de nuevo juntos o alejados: el mar, el cielo
bajo, la condescendencia, el horror y los pozos
del aire y otros peligros
del amor húmedo y sin aire que nos secunda; este horizonte
todavía sin vida, que sólo nos espera

para vivir; esta tormentade verano que –por suerte- terminará por perdernos.
Con tintes autobiográficos, en tono de conversación, Urondo declara:
“Querida mía: soy un hombre que te pierde”
Así como una identidad también está dada por aquello que dejamos, así en la dialéctica amorosa, cuando el tú ha sido fuerte, irradia intensidad y es dador de sentido al yo, aún en la pérdida. El poeta escribe desde esa delicada frontera donde el amor deja de serlo.

Y el sentido también se encuentra en el compromiso militante con los otros, que comparten las desventuras de un país donde “La verdad es la única realidad”.

La verdad es la única realidad

Del otro lado de la reja está la realidad, de
este lado de la reja también está
la realidad; la única irreal
es la reja; la libertad es real aunque no se sabe bien
si pertenece al mundo de los vivos, al
mundo de los muertos, al mundo de las
fantasías o al mundo de la vigilia, al de la explotación o
de la producción.
Los sueños, sueños son; los recuerdos, aquel
cuerpo, ese vaso de vino, el amor y
las flaquezas del amor, por supuesto, forman
parte de la realidad; un disparo en
la noche, en la frente de estos hermanos, de estos hijos,
aquellos
gritos irreales de dolor real de los torturados en
el ángelus eterno y siniestro en una brigada de policía
cualquiera
son parte de la memoria, no suponen necesariamente
el presente, pero pertenecen a la realidad. La única aparente
es la reja cuadriculando el cielo, el canto
perdido de un preso, ladrón o combatiente, la voz
fusilada, resucitada al tercer día en un vuelo inmenso
cubriendo la Patagonia
porque las masacres, las redenciones, pertenecen a la realidad,
como
la esperanza rescatada de la pólvora, de la inocencia
estival: son la realidad, como el coraje y la convalecencia
del miedo, ese aire que se resiste a volver después del peligro
como los designios de todo un pueblo que marcha
hacia la victoria
o hacia la muerte, que tropieza, que aprende a defenderse,
a rescatar lo suyo, su
realidad.
Aunque parezca a veces una mentira, la única
mentira no es siquiera la traición, es
simplemente una reja que no pertenece a la realidad.

Este poema fue escrito en la cárcel de Devoto, donde el poeta permaneció detenido a comienzos de 1973. Parafraseando la famosa frase de Juan D. Perón: “la única verdad es la realidad”, Urondo define el espacio real y el irreal a partir de la verdad y la mentira. Las rejas de la cárcel son la “mentira”, la “irrealidad” con la que pretenden apresar la “verdadera realidad”: el reclamo por una necesaria justicia social.

Refiriéndose a la frase de Martí: “Osar morir da vida”, Urondo comenta: “El sentido de la osadía de Martí no es individualista, sino que responde a una concepción ideológicamente más generosa. Porque la vida no es una propiedad privada, sino el producto del esfuerzo de muchos”.

Sobreviviente a los intentos de desaparecerla de la literatura argentina, la poesía de Urondo se ofrece como un testimonio donde se rastrea la historia de una generación, sus ideales e ilusiones, sus desencantos y fracasos.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Bellísimo y oportuno post, Liliana, tanto por tu artículo como por los poemas seleccionados. Una preciosa analogía del arte y la vida eligiendo a Urondo y a Martí (nada menos) como ejemplo.
Muchas gracias.

Anónimo dijo...

emeygriega: los primeros poemas de Urondo ("Historia antigua") son bellísimos también. Te los recomiendo.

Gracias a vos por tu comentario.

Anónimo dijo...

muy bueno, Liliana, no conocia a este poeta.